lunes, 21 de septiembre de 2009

Éste es un post que tenía preparado hace meses, pero se me olvidó publicarlo

Lo que se aprende con el alma nunca se olvida. Tal vez se duerma en un rincón del cerebro y camine medio sonámbulo por los recuerdos, pero jamás se borrará. ¿A qué me refiero con todo este pensamiento que expongo de manera muy mamona? Amados seguidores, esta narración va dedicada a los libros.

A la noble edad de veinte años decidí que debía estudiar Letras, pues amaba la lectura y al escribir mis poemitas, cuentitos, novelitas, probaba el inexplicable sabor de la trascendencia. Sentía en el corazón un calor certero de qué podría hacer algo dentro del universo de la Literatura (sé que “literatura” no va con mayúscula, pero eso a mí me vale madre).

Desde que empecé la carrera, mi modo de lectura cambió casi por completo. Los trabajos en todas las materias consistían en hacer ensayos a diestra y siniestra, con un análisis totalmente crítico. Ahí aprendí a leer con lápiz….”¡Ah chingá!”- ustedes dirán –“¿Cómo coño se lee con lápiz?”- pues leer con lápiz significa subrayar el libro y hacer anotaciones en la orillita para tener un soporte a la hora de hacer un análisis posterior.


Pues bien… hace poco tomé tres días de vacaciones, contaba con mucho tiempo libre que aproveché en fumar como chacuaca y leer un buen libro. Tenía ganas de leer algo de mi siglo favorito, el siglo XIX. Soy una romántica; pero no una romántica como la gordita de Carrusel. Las telenovelas y revistas de moda han desvirtuado el concepto de romanticismo con mamadas como:”Prende unas velas rojas y ponte un baby doll negro, para que él vuelva contigo”…en fin, eso es harina de otro costal y ya me estoy desviando de lo que quiero contarles.


En esta ocasión, mi lectura elegida fue “El puente de los suspiros” de Michel Zévaco. Sabía que no me quedaría mal, pues de él leí Los Pardaillan y me mamé los 9 tomos disfrutando cada uno de ellos.


Abrí el libro brincándome el prefacio y clavándome directo en la novela. Después, prendí un cigarro sintiendo el calor de la flama en mi frente “¡Ya me chingé el fleco!”-pensé, pero no, todo estaba en orden. Había cogido antes un lápiz, pero algo mágico sucedió: NO lo usé. Estaba disfrutando la lectura como hacía mucho no me pasaba. Mandé el lápiz a la chingada y gocé el texto. Terminé el libro con una gran satisfacción pero también con una frustración enorme, pues resulta que si hubiera leído el prefacio, me habría enterado que “El puente de los suspiros” tiene una segunda parte llamada “Los amantes de Venecia”, así que me quedé con ganas de saber en qué acaba la historia. No hay pedo, iré el próximo fin a buscarlo en la Gandhi.




¿Qué fue lo que pasó en mí?


Me liberé de ataduras que no tenían sentido. Me di cuenta que era muy absurdo leer con un lápiz y hacer anotaciones en la orillita. ¿Para qué? No me titulé por pedos económicos, dejé la carrera para empezar a trabajar de lo que fuera, porque en casa hacía falta la lana. No tiene caso tener lealtades con aquella escuela, si ya no estoy ahí. Leí la novela como cuando era niña y me quedaba despierta toda la noche porque encontraba fascinante la historia.

Por primera vez, desde hacía diez años, volví a disfrutar un libro plenamente. No me interesó hacer análisis hermenéuticos o estructuralistas para ver si el libro tenía valor. …¡Por mis ovarios que tiene valor! No hay maestros vigilándome. No hay ensayos que entregar, sólo estamos la novela y yo. Es la entraña la que me dicta si es digna de leerse. Y sí, “El puente de los suspiros” vale toda la pena.


Al terminar la novela de Michel Zévaco, decidí probar que este regreso a la lectura fuera total y absoluto, así que me lancé a la librería más cercana para adquirir nuevas novelas. Mi librería más cercana era Sanborns de Pabellón Polanco…-“No hay pedo”- pensé - “Ahí luego hay cosas chidas”. Elegí “El observatorio”, una novela recomendada ni más ni menos que por Stephen King. Para no errarle tomé también otras dos ganadoras del premio Nobel. Y ¿qué creen? Por haber comprado tres libros, tenía derecho a llevarme uno gratis…"EEEEEEEEEEEEEEEEE"-gritó mi alma, y mi boca también.


Aguanta”- me dijo el que me despachó- “El libro al que tienes derecho es uno que vale diez pesos. Deja te lo traigo.”

El muchacho regresó con un libro de superación personal ultra-mega-súper pedorrísimo, pero pues era gratis.
Ya una vez en casa, le mostré a mi hombre mis nuevas adquisiciones literarias: “El observatorio” (recomendado por S.King), Las abuelas (de la ganadora del Nobel, Doris Lessing, y “Nieve” (de Orham Pamuk-otro ganador del Nóbel) y mi libro gratis “Superación de bla bla bla” (no quise poner atención al título). Dentro de los autores de éste último estaba Mariano es muy Mariano, entonces dije: “Este libro no vale ni los diez pesos”. Pero bueno, si algún día regresa la inquisición y tengo que asistir a una quema de libros, ya sé cuál será el elegido.






¿A qué debo este retorno a disfrutar la lectura sin lápiz?

Se lo debo a los Comics.

Ríanse…. ¡Búrlense de mí!, pero gracias a novelas graficas como Preacher y Trigun, “en serio” volví a disfrutar la literatura sin tomarme muy “en serio” lo que leía. Es decir, si estás frente a un comic, te das cuenta inmediatamente que tiene dibujitos, y en algunos casos, esos “dibujitos” son una verdadera obra de arte. Entonces no esperas encontrar una obra literaria compleja como la Divina Comedia o Don Quijote de la Mancha que tienen ocho niveles de lectura (y también tienen dibujitos). Cuando vas a leer un comic, te relajas y sencillamente lo disfrutas. No tomas un lápiz para hacer anotaciones de figuras literarias. Sencillamente lo lees, lo admiras y san se acabó. Curiosamente, sin el lápiz, pude darme cuenta de que las historias son complejas, con personajes redondos, noté el valor de la analepsis (Flash back) en el comic, todo eso sin necesidad del grafito.

Cuando estudiaba Letras recuerdo que a los profesores les gustaba ahondar en las diferencias entre el “gusto impresionista “ y el “gusto académico” …mamón el concepto ¿no?- Insisto, ya no estoy en esa escuela, no hay más ensayos que entregar, y mi gusto por los libros, no es un gusto impresionista o académico, es únicamente el gusto por la vida.

3 comentarios:

MIN... dijo...

Yo normalmente tengo que leer un libro al menos dos veces, la primera vez leo tan aprisa por enterarme que mas pasa que al final me doy cuenta que no presté atención a los detalles. La segunda vez lo leo con detenimiento y con lápiz en mano, pero porque me gusta subrayar frases que me parecieron chidas, descripciones que me hacen decir: esto me ha pasado y cosas así.

Ya cuando vuelvo a leer esos libros lo disfruto plenamente y siento que no se me olvidó nada :D

Dib dijo...

Imagínate cuando nada más tienes tiempo de leer en el baño, porque todos los demás libros que puedes leer son de tu maestría.

Y para acabarla de molestar, el libro que compraste, apesta como el Metro Hidalgo.

Unknown dijo...

Los comics, también arruinaron mi vida, no sé distinguir entre mi vida real y la de Punisher, ayer maté a dos jueces corruptos con mi Uzi.